Lucio Fontana
Lucio Fontana es conocido por esa manifestación plástica profanadora de acuchillar el lienzo con múltiples cortes verticales y otros agujeros aleatorios. Es también el autor de esas piezas como huevos Les Oeufs Celestes, que se exponen por primera vez en 1964 en la galería Iris Clerk en París, lo que ahora se conocen como la serie Fini di Dio.
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Fontana combinaba lo sublime de dos líneas con lo inesperado de un corte en el lienzo. Logró disolver la unidad de un lienzo y abrir nuevos espacios a un soporte dentro de la imagen pictórica. La obra de Fontana viene, por un lado, de Aristide Maillol pero, por otro lado, de las matrices de Archipenko. A la vez, posee el oficio heredado de su padre, un artesano que emigró a principios del siglo XX a Argentina. Fontana tuvo la práctica del oficio, y no sólo el de escultor, sino también el del pintor y el del ceramista.
En 1930 regresa a Italia, donde presentó su primera exposición, organizada por la galería Il Milione, en Milán. Durante toda esa década viajó varias veces entre Italia y Francia, trabajando con artistas de arte abstracto y también con expresionistas.
En 1940 retornó nuevamente a Buenos Aires, lugar donde fundó junto con algunos de sus alumnos la academia Altamira. En la primavera de 1946 presenta el Manifiesto Blanco con un hapenning: la intervención en una casa arrojando sobre el muro colores, fragmentos de materiales y elementos de toda clase. “La materia, el color y el sonido en movimiento son los fenómenos cuyo desarrollo simultáneo integra el nuevo arte”, afirmaba el argentino.
La mayor contribución del artista argentino, sin embargo, fue hacer entender que la obra de arte no acontece sobre la superficie física del cuadro, sino en la cabeza de quien la observa. Sus misteriosas cavidades e inquietantes ranuras abrieron la puerta a una nueva dimensión situada en la retina del espectador, que proyectaba en el lienzo lo que le venía en gana. Fontana alteró el rumbo de la experimentación vanguardista, se anticipó a un arte conceptual e incorpóreo e influyó en Yves Klein y Piero Manzoni, pero también en los artistas contemporáneos que trabajan con la percepción, como Anish Kapoor y Olafur Eliasson. Igual que para ellos, el arte era, para Fontana, una cosa mentale.
La primera serie de Buchi fue concebida entre el 1948 y 1953. Fontana utilizaba la tela o el papel entelado de un modo convencional, tensándola con un soporte blanco, o a veces coloreado, donde, con la cuchilla, están hechos los agujeros. A partir de 1951 los agujeros aparecen dispuestos de manera más geométrica, incluso son cuadrados, pero el motivo del vórtice de un huracán sigue presente, acentuando la escenografía cosmogónica.
Fontana fue un sacrílego de la tradición, pero nunca se opuso a que le trataran de genio visionario. Algo que sí sucedió con algunos de los colectivos a los que luego inspiró, como Zero o Grav, reacios a la visión providencial del artista. “El arte seguirá siendo eterno como gesto, pero morirá como materia”, dijo antes de morir en Comabbio, el 7 de septiembre de 1968. Frase que terminaría siendo otro de sus proféticos cuchillazos.